Creció como pudo
y un día desapareció.
Huía de la pena perenne
a una esperanza fugaz.
Y si le preguntan a dónde va,
responderá: a donde me lleve el mar.
Atrapado en el vértigo de unos metros de goma,
una madrugada naufragó
y amaneció
con la resaca del miedo en su garganta.
Después lo dejaron solo,
sin ni siquiera con su culpa.
Su mundo acababa en sus pies.
Derramó una lágrima,
y los otros no supieron lo que pensaba.
En su retorno,
encontrar la muerte
era mejor que escapar de la vida.
No tuvo suerte al nacer, a los cayucos y pateras
ni siquiera los cipreses le esperan
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